viernes, 3 de julio de 2020

De la epidemia que fue a la pandemia actual

De epidemia a pandemia
A mediados de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) caracterizó al Covid-19 como una pandemia, declaración que paralizó al mundo en todas sus facetas, desde la producción de bienes, hasta el transporte y circulación de productos y personas. 


Una definición que promovió la adhesión de gran parte de los países, alertados por la incipiente evidencia y la expectativa de lo que podría ocurrir y que, finalmente, está ocurriendo en relación con la cantidad de contagios y muertes.


Primeras consecuencias

La ola de contagios que rápidamente se esparció por todo el planeta, produjo zozobra no solo en la economía interna de las naciones, sino también afectó las exportaciones y con ello la normal circulación de productos, afectando a quienes dependen directa e indirectamente del movimiento internacional de mercancías.


Por tanto, cada país comenzó a evaluar con qué elementos contaba para hacer frente a la pandemia, en términos de personal capacitado e insumos médicos, alimentos en gran escala, y con qué instituciones públicas y empresas privadas podía responder con eficacia a la contingencia para los servicios denominados esenciales.


La pandemia, en lo privado

Los límites entre lo público y lo privado, mayormente diferenciados en países del Primer Mundo, se fueron esfumando en muchas latitudes para dar paso a la -necesaria, según entiendo- intervención de los Estados en los espacios más íntimos, con objeto de permitir establecer una trazabilidad y georreferenciación de los contagios.
  
De acuerdo con lo observado en esta parte del mundo, el repliegue de los individuos a la vida privada, al exclusivo espacio familiar y personal, junto con el cierre del comercio e industria locales, el transporte, la educación y administración pública, detuvo el ya lento avance de la economía.

Ese repliegue obligatorio (voluntario en otros puntos del globo) estuvo acompañado con una aceptación inicial de las medidas de restricción dictadas por los gobiernos nacional y provincial, a la luz de los resultados que se iban destacando en medios masivos de comunicación, oficialistas y no tanto, frente a lo que sucedía en países más preparados.


No obstante, el transcurrir de las semanas fue dando lugar luego a cuestionamientos desde distintos sectores de la sociedad, tanto por la escasa circulación de dinero, dificultades en la alimentación y pago de servicios, como por los endeudamientos crecientes, sin considerar aquí los problemas psicológicos devenidos de la ansiedad que se resaltaban también en medios de comunicación, y mucho más por vía de las redes sociales.


Surgieron entonces, por un lado, manifestaciones en contra de las cuarentenas cerradas y protestas incluso contra la OMS, fundamentadas en presunta información que tiraba por tierra las recomendaciones que brindaba esa organización. 


Y, por el otro, las sugerencias de los profesionales respecto de cómo actuar para evitar la profundización de la ansiedad; cómo lidiar con los chicos en casa, cuando antes estaban 'en manos de los docentes y las escuelas'; cómo enfrentar la vida en pareja cuando las personas estaban -y siguen estando- más horas juntos; entre otros temas que coparon la agenda de los mass media.




¿Cómo seguimos adelante?
Avanzamos paso a paso, lentamente, con una ansiedad (casi) controlada. Seguimos con la ayuda y compañía virtual, a veces presencial, de ese otro cercano, y colaborando con los demás para que la situación sea más tolerable para todos. 

Mientras tanto, leemos y miramos las noticias del mundo y nos alarmamos con los rebrotes; vemos cómo nuestro país que iba en franco ascenso de optimismo, cae abruptamente en la desazón por la explosión de nuevos casos de contagios y muertes; notamos, además, que en Mendoza, los casos ya no son aislados y esporádicos, sino frecuentes en los últimos días. 


Seguimos confiando -es mi caso y el de mi familia- en las autoridades nacionales y provinciales, respecto de sus acciones, sugerencias y expresiones por el avance del coronavirus y sobre lo que podría suceder si la situación desbordara.


Confianza en los hombres que nos conducen allá y acá; en las instituciones mundiales y locales, tanto políticas como aquellas abocadas a resguardar nuestra salud, y fe ciega en la divinidad o en la naturaleza, en la cuasicerteza de que esto que nos ocurre, pasará. 


Aferrarnos a una esperanza cercana y lejana al mismo tiempo, nos permite sobrellevar este aislamiento sin enloquecernos; convivir con nuestros rostros tapados y con medidas de higiene será la nueva normalidad de estas semanas siguientes, una rareza que nos resulta ahora muy normal. 


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