jueves, 2 de julio de 2020

Volver al ruedo; seguir hablando con palabras

Luego de algunos años sabáticos en mi escritura, vuelvo al ruedo, más por una necesidad personal de transcribir mis sensaciones al papel o a la pantalla que por pretender causar algún tipo de efecto en el potencial lector, mucho menos un revuelo editorial (más quisiera).


Escribir -siento- nos expone al mundo de las críticas y de los cuestionamientos, a las valoraciones de amigos y de los amigos de estos cuando lo hacemos en una red social, por ejemplo; desde el mínimo posteo o breve comentario, incluso desde un 'me gusta' ingenuo u otro emoji que usemos, podemos ser calificados, catalogados en tal o cual grupo o categoría de persona, sin haber previsto siquiera esa reacción o definición.


Tal vez, habrá que aclarar al momento mismo de mover el lápiz o tipear, que nuestra acción persigue como finalidad la mera visibilización de sentimientos, opiniones, ideas, dejando de lado cualquier insinuación a que el lector proceda como uno pareciera indicar, ni buscar cambios de conducta o de pensamientos, ni exigir la aceptación de un 'modo de ver las cosas' que es propio y, por tanto, netamente subjetivo.


Y creo que difícil es para quienes expresamos nuestros deseos y profundizamos sensaciones, que el otro que lee se sienta movilizado a expresar su adhesión o rechazo, en términos claros y detallados que nos permitan luego entablar un diálogo abierto. Y más complejo es -para mí al menos- que los otros nos ignoren y pasemos de largo la oportunidad de conversar y conocernos un poco más, entre todos entendernos.   



Enmarcados en un contexto

Escribir en nuestro contexto socio-político provincial y nacional, pareciera posicionarnos rápidamente y sin desearlo muchas veces en un lado u otro de la maldita 'grieta', en un (o una) margen del río de ideas que unos promueven, otros quisieran desterrar de estas lides y que se gana la indiferencia del resto por el simple y también valioso hecho de elegir la acción al debate.


Creo fervientemente que dar inicio a una conversación, un debate o intercambio de ideas de cualquier índole, a partir del esclarecimiento de los puntos en común de los interlocutores,  permite allanar el camino hacia el entendimiento. 


Por ejemplo, saber de antemano que uno cree en la democracia, no en el autoritarismo; en la vida política de un país, no en el apasionamiento cerrado y ciego; en la política misma como medio para resolver los grandes problemas de la sociedad, no como forma de vida eterna de políticos en desuso; o, por caso, saber que uno apuesta al fortalecimiento del sector privado, y no a invisibilidad, puede ayudar todo esto y más al otro que me lee o escucha para descifrar con suficiente antelación que el nudo y la finalización de mis exposiciones no se saldrán de ese hilar o discurrir de términos entrelazados.


Saber que uno cree en la necesaria presencia de empresarios y políticos esenciales en la vida de una nación y de otros que deberían quedarse en casa (los corruptos, mediocres e ineptos), junto con sus asesores, también (nos) permite adelantarnos al desarrollo y conclusión en los encendidos debates entre amigos, familiares o con meros discutidores sociales, tan frecuentes en nuestro contexto pandémico.


Que el otro sepa que yo creo que la pobreza material existe, que no la niego en los índices ni en la palpable realidad, y junto a ella también la miseria de miles de argentinos, y que aquel sepa también que yo busco que quienes la propiciaron y propician y propicien estén encarcelados, también debería colaborar a mantener una conversación sana, sin sobresaltos ni prejuicios. 


Y que, finalmente, uno sigue creyendo en la justicia de los hombres y en la divina, y en la acción de la naturaleza para equilibrar fuerzas, en tren de saber los interlocutores que este que escribe se mueve mucho más en sendas terrenales, y que tiene expectativas altas en la posibilidad de mejorar la vida de todos en este mundo desde el entendimiento, la escucha atenta y libre de predeterminaciones.




Creer en los demás y en uno mismo, o viceversa

Saberse poseedor del derecho a la expresión y el pensamiento libre, nos hace además dueños de nuestras palabras e ideas. Tener la certeza de que uno puede decir las cosas como las siente, no debe ser dañino de por sí, sino que el otro será quien asuma como presunto perjuicio la idea propuesta o el dicho expresado, dejándome sin responsabilidad frente a mi expresión.

Ser responsable de mis expresiones es imprescindible para complementar una correcta comunicación, para que las ideas estén encauzadas en marcos de credibilidad y sensatez. Y esperar de los demás también seriedad en sus dichos, es esencial para confiar en sus palabras y sensaciones del mundo. Creer en los otros, ¿qué más? 


Creer en mí como escritor casero, con escasas pretensiones de reconocimiento entre conocidos y no tantos, hace que las palabras fluyan con menos limitaciones, sabiendo que lo mío es propio, subjetivo, pasible de errores y mejoras, correcciones, sugerencias. Tener fe en uno mismo es fundamental para lanzarse a experimentar la redacción de textos y la verbalización de sentimientos, y para emprender acciones decisivas o, simplemente, para hacer.


Dicho todo esto, a escribir entonces. Y a los que se toman el trabajo de leerme, mi agradecimiento, porque son minutos que podrían haber tenido un mejor destino. O quizá no.